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Quizás sea la boda de Carla & Adrià de la que me lleve la anécdota más curiosa de una boda, por lo menos la más entrañable.
Supongo que el hecho de llegar a la ceremonia, por mar, con lancha motora y bengalas de humo fue -a parte de algo mágico- un tanto vistoso y nada más llegar a tierra nos vino un chico la mar de moni -resulta que había una fiestecilla al lado- con una botella de champán y un par de copas de cristal. No se quién es ni que celebraban, pero ahí en esa fiesta privada habría como 100 personas con los brazos en alto , brindando en la lejanía con los novios. Es ese momento que estás ahí viendo como el timming va corriendo y que, más lejos aún, los amigos y familiares de los novios aguardan la entrada nupcial. Pero claro, tampoco era para decir ”perdona tenemos prisa” , encima que había tenido el divertido detalle de abrir una botella delante de ellos, servirles las copas y desearles lo mejor junto el resto de aquella desconocida fiesta 🙂
La ceremonia prometía: uno de los amigos, ataviado de marinero -no se los rangos, quizás era oficial o grumete, niiidea- ofició un acto, en el Mirador dels Burricaires, que concluyó con un bridins de ratafia Russet. Para la fiesta posterior nos desplazamos hasta la Sidreria Mooma, un masia restaurada situada enmedio del Empordà, rodeada de manzanos. El sitio es de lo más tranquilo; en el jardín , entre campos, a ritmo de jazz mientras el sol se va poniendo y las bombillas van iluminando los rincones…
